Vemos menos a menudo de lo que nos gustaría jugueteos con las posibilidades (virtualmente infinitas) del streaming y sus formatos. Por algún motivo, las plataformas están encadenadas a la televisión tradicional, y nos plantean temporadas de series de diez capítulos de 50-60 minutos, o bien, si es una sitcom, de 20-30 minutos. Es decir, lo que eran los formatos tradicionales de las series cuando se emitían en la televisión lineal. Pero… ¿por qué mantener esas duraciones en streaming, donde no hay que andar pendientes de horarios de comienzo y final de los programas?
La única libertad que se toman las plataformas en ese sentido es la de modificar levemente esos márgenes horarios, y podemos encontrarnos series donde el primer o el último capítulo tienen una duración extra, o algunos que son sensiblemente más breves de lo habitual (algo tampoco nuevo: los pilotos y season finales pueden ser tradicionalmente más largos también en la televisión lineal). Pero al margen de eso, hay poco espacio para la experimentación con los formatos.
Netflix es la única que ha intentado cambiar las costumbres del espectador a la hora de emitir sus producciones y jugando con los formatos posiblemente porque a diferencia de, por ejemplo, HBO, no se debe a la tradición televisiva. Netflix inventó, no lo olvidemos, el binge-watching o atracones de series, que ha modificado las costumbres a la hora de consumir televisión hasta el punto de que hay muchos espectadores que prefieren ver temporadas de una tacada, y no semana a semana. En cualquier plataforma.
Pero Netflix también ha jugueteado de otros modos con los formatos. Están los episodios interactivos especiales, especialmente el recordado ‘Bandersnatch’ de ‘Black Mirror’. El año que viene Netflix experimentará de forma más abierta con el mundo de los videojuegos, está por ver de qué modo, pero parece más o menos seguro que será dentro de la plataforma, no como una diversificación de su negocio. Netflix siempre está dispuesta a añadir a sus posibilidades opciones juguetonas como la de reproducir contenidos al azar, y qué es el algoritmo sino una forma de conversación entre espectador y plataforma.
‘La calle del terror’, otro interesante juego con los formatos
La última propuesta en este sentido de Netflix es ‘La calle del terror’, una serie de tres largometrajes que, raro en la plataforma, se han estrenado de forma serial durante tres semanas. Están basados en la segunda franquicia de literatura de terror juvenil más famosa de R.L. Stine después de ‘Pesadillas’, y relatan una aterradora plaga de asesinatos en un par de pueblecillos norteamericanos que iremos conociendo en tres épocas: 1994, 1978 y 1666, cada año en una de las películas.
El resultado, tres películas de terror juvenil en estado puro, es muy interesante. Tienen altibajos y se echa en falta algo más de terror puro, pero la decisión de homenajear en cada una de las películas un código del cine de terror (los años noventa a lo ‘Scream’, los slashers de campamento con asesino enmascarado tipo ‘Viernes 13’ y las películas de terror de tono más serio e histórico tipo ‘La bruja’) funciona. Además, son películas genuinamente juveniles, hablan en los códigos que entiende el público al que van dirigidos (como hacían las novelas originales) sin el tono condescendiente habitual, pero se permite experimentar con los tópicos, pervirtiéndolos y reformulándolos con sexo y violencia a granel.
Buena parte de esa reformulación viene del protagonismo primordialmente femenino, habitual en los slashers, pero aquí replanteado y que da pie a unas cuantas sorpresas. Muy notable también es el tramo final de la última película, donde se explica cómo es posible que en Shadyside exista esta fauna tan delirante de asesinos en serie enmascarados, proponiendo una reflexión sobre la naturaleza de las películas de terror y cómo los espectadores vemos posible que ‘Viernes, 13’ tenga seis, siete, ocho y más partes. Pero sobre todo son películas de terror juvenil sin más pretensiones que divertir e impactar de forma inteligente, y lo consiguen gracias a su notable violencia, sus personajes y su trabajo estético.
Pero también es interesante cómo ha usado Netflix el formato para dotar de significado a las películas. Más allá de ser una especie de «miniserie de tres episodios largos», ‘Fear Street’ está planteado más bien como tres entregas de un slasher o una saga de terror al uso, tres entregas que no podrían haberse estrenado en salas como es habitual, con uno o dos años de distancia entre sí, porque están demasiado entrelazadas. Lo que propone Netflix es una trilogía ideal de películas de terror, en el sentido que comparten a Leigh Janiak, directora y coguionista (y por tanto, las une un discurso visual y narativo), y una continuidad en la historia.
Lo más interesante de ‘Fear Street’, pues, es su naturaleza de tres largometrajes que no se entienden de forma independiente (en sentido estricto, estaríamos hablando de una sola historia de casi seis horas), pero donde cada una tiene su sentido y personalidad, llegando en el caso del episodio central a cambiar completamente de protagonistas. Más allá de sus valores como películas de terror (que los tienen), es estimulante que Netflix experimente con los formatos, y se dé cuenta de que… ¿tres películas cada una con su argumento, pero que tienen sentido solo si se ven juntas? ¿Por qué no?
No se sabe, de momento, si habrá más entregas de ‘Fear Street’, independientes o en bloque, pero Netflix debería aprender de lo experimentado aquí y no heredar las costumbres del cine o la televisión tradicional, con películas que solo encuentran continuidad cuando se ha demostrado que son un éxito. Hay otras duraciones, otras narrativas, otras formas de diálogo entre piezas del puzle audiovisual que vale la pena explorar. Y ‘Fear Street’ es un estupendo paso justo en esa dirección.
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‘La calle del terror’: así experimenta Netflix con las posibilidades del streaming mientras lo baña de sangre
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John Tones
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