Fue en el mes de agosto cuando Rusia demostró que sus avances no eran solo sobre drones, también sobre cascos. Conscientes de los desarrollos tecnológicos de Ucrania, Moscú presentó un sistema inédito de guerra electrónica portátil diseñado específicamente para cada combatiente, un paso más en la miniaturización de la defensa anti dron. Ahora, ese esfuerzo se ha multiplicado con una versión 2.0 del casco. Su nombre: Soratnik.
Pensamiento táctico. Más de un siglo después de que los horrores de la Primera Guerra Mundial obligaran a redescubrir la importancia del casco de combate, Rusia ha decidido reinventarlo por completo. El nuevo “Soratnik”, desarrollado por el consorcio estatal Frente del Pueblo, representa la transición definitiva del casco como simple escudo físico a una plataforma inteligente integrada en la red de guerra moderna.
Este modelo incorpora un módulo de inteligencia artificial capaz de recoger datos del propio soldado, de sus compañeros equipados con la misma tecnología y de drones desplegados sobre el terreno. Toda esa información, procesada en tiempo real, ofrece a los mandos un mapa dinámico de la situación en el frente y muestra en un visor interno la posición de aliados y enemigos, transformando la percepción del campo de batalla en una experiencia inmersiva y sincronizada.
El casco “inteligente”. El “Soratnik” no es un proyecto aislado: su desarrollo se inscribe en una competencia global por la integración de inteligencia artificial y realidad aumentada en el equipo del soldado. En Occidente, Meta y Anduril Industries trabajan en el “Eagle Eye”, un casco dotado de pantallas AR y conexión al sistema de mando y control Lattice, con el que pretenden lograr la misma superioridad informativa que persigue Moscú.
Ambos proyectos simbolizan un cambio doctrinal: el soldado conectado como nodo de una red de sensores, cámaras y drones que convierte la guerra en un flujo continuo de datos. Si el “Soratnik” logra equilibrar peso, comodidad y capacidad tecnológica, podría marcar el inicio de una nueva generación de equipos personales en los que la información sea tan valiosa como la protección balística.
Del acero al silicio. Paradójicamente, los cascos de combate no han evolucionado tanto como otras piezas del armamento moderno. Desde los modelos de acero de 1915, como el francés Adrian o el alemán Stahlhelm, su diseño ha cambiado poco más allá de los materiales empleados.
Un estudio de la Universidad de Duke llegó incluso a concluir que aquellos cascos de la Gran Guerra ofrecían mejor protección frente a ondas expansivas que los actuales, más pensados para resistir proyectiles y metralla que para mitigar el efecto de explosiones. Durante décadas, el progreso se limitó a aligerar el peso y mejorar la ergonomía, pero nunca a redefinir su función.
Un cerebro auxiliar. Desde esa perspectiva, el “Soratnik” pretende dar ese salto. Al integrar una capa digital sobre el campo de visión del combatiente, el casco deja de ser una barrera pasiva y se convierte en una extensión cognitiva del soldado, un sistema capaz de interpretar el entorno y anticipar amenazas.
La dificultad será mantener el equilibrio entre la tecnología y la realidad física: un casco demasiado pesado o incómodo acaba siendo inútil, por más inteligente que sea. Rusia y sus competidores lo saben, y su reto consiste en que el avance técnico no sacrifique la funcionalidad básica.
Del barro a la era digital. Si echamos la vista atrás, la historia del casco de combate moderno comienza en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, cuando las heridas por metralla y artillería obligaron a los ejércitos a recuperar una protección olvidada desde la Edad Media. En 1915, Francia introdujo el modelo Adrian, seguido por el Stahlhelm alemán y el Brodie británico, todos fabricados en acero y diseñados para resistir las esquirlas de los proyectiles.
Aquellos cascos marcaron el inicio de una nueva relación entre el soldado y su equipo: ya no eran ornamento, sino herramienta de supervivencia. Durante el siglo XX, su diseño se adaptó al cambio de las guerras (del barro europeo a las selvas del Pacífico, del desierto a las ciudades), sustituyendo el metal por materiales compuestos y aligerando el peso. Con todo, pese al avance de la tecnología militar, el casco permaneció casi inalterado en su propósito básico: proteger la cabeza, no pensar por ella.
Hoy, más de un siglo después, ese paradigma parece estar cambiando.
La guerra como red de datos. Si logra ese equilibrio, el “Soratnik” podría inaugurar una nueva era en la que el casco deje de simbolizar únicamente la defensa individual para representar la conexión total entre el combatiente y su ejército. Ya no se trata de proteger la cabeza, sino de convertirla en un centro de procesamiento móvil, un punto de enlace entre humanos y máquinas.
En la evolución del “brain bucket” al “smart helmet” se resume un siglo de historia bélica: del acero templado al silicio, del golpe físico al flujo de información, de la supervivencia al control del entorno. Un cambio que redefine no solo el equipo del soldado, sino también la naturaleza misma de la guerra.
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La noticia
Rusia tiene una ventaja sobre Ucrania: se llama Soratnik y sus soldados lo llevan en la cabeza para adelantarse al enemigo
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Xataka
por
Miguel Jorge
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