Si algo le ha quedado meridianamente claro al gobierno ucraniano en estos más de tres años de guerra tras la invasión rusa, es que los mecanismos de sanción internacional tienen un agujero enorme. A las pruebas nos remitimos, ya que la inteligencia de Kiev tiene cientos de informes en su poder que revelan que los drones rusos se han pasado esas sanciones por el forro. Y no solo drones, incluso en los tanques o misiles de crucero y balísticos.
Lo último: el dron más sofisticado del Kremlin es, en esencia, de Estados Unidos.
Orion es occidental. La inteligencia ucraniana ha revelado que el Orion, el principal dron de ataque ruso de una tonelada y apariencia casi idéntica al estadounidense MQ-9 Reaper, depende en gran medida de componentes electrónicos fabricados en Estados Unidos y otros países occidentales.
Construidos por la empresa rusa Kronshtadt (ya sancionada por su implicación en la maquinaria bélica del Kremlin), el Orion fue concebido como la joya de la aviación no tripulada rusa, capaz de portar hasta 250 kilogramos de bombas guiadas y misiles Kh-series, volar durante treinta horas y operar a un alcance de unos 250 kilómetros, ampliable hasta 300 mediante relé.
El pero. Sin embargo, su sofisticación tecnológica descansa sobre una red opaca de proveedores internacionales: sensores, módulos de navegación y microchips de firmas como Motorola, AMD, Texas Instruments, Analog Devices o Maxim aparecen integrados en sus sistemas principales de control y reconocimiento.
Dependencia tecnológica y agujeros. El informe del Directorio Principal de Inteligencia de Ucrania (HUR), publicado el 5 de noviembre en su portal War&Sanctions, incluye un desglose técnico completo del dron, con un modelo 3D y una lista de 43 compañías rusas implicadas en su producción. De ellas, cerca de un tercio no están sometidas a sanciones por parte de los países de la coalición internacional, lo que ha permitido mantener un flujo estable de componentes críticos a través de intermediarios y países fronterizos.
Aunque las exportaciones directas de microchips a Rusia cayeron drásticamente tras la invasión de 2022, las ventas a Turquía se duplicaron, las de Georgia aumentaron por 35 y las de Kazajistán por 1.000, en lo que los analistas interpretan como una red de triangulación destinada a eludir los controles de exportación. Para Kiev, la única forma de frenar este flujo es imponer un rastreo estricto de cada componente, obligando a las empresas a marcar sus productos con números únicos que permitan seguir su recorrido hasta el usuario final.
El doble filo del rearme ruso. El Orion fue anunciado como la respuesta rusa al Reaper estadounidense, pero su trayectoria ha sido más bien irregular. Aunque Moscú lo presentó como operativo en Siria, su producción en serie solo comenzó en 2022, coincidiendo con la invasión a gran escala de Ucrania. Rápidamente, el protagonismo del aparato fue desplazado por los drones Shahed de diseño iraní, cuya fabricación local en la planta de Alabuga sustituyó en buena medida al proyecto original ruso.
Pese a ello, el Orion sigue siendo un símbolo del intento de Rusia por desarrollar capacidades autóctonas de alta tecnología, al tiempo que exhibe su incapacidad estructural para prescindir del ecosistema industrial occidental. La paradoja, qué duda cabe, es que el mismo dron empleado para bombardear territorio ucraniano depende de la electrónica de empresas estadounidenses que operan bajo un régimen de sanciones concebido precisamente para impedirlo.
Implicaciones y riesgo. El hallazgo de componentes extranjeros en armamento ruso va más allá de la guerra en Ucrania: pone de relieve la fragilidad de los mecanismos de control de exportaciones y el carácter transnacional del mercado de tecnología dual, aquella que puede servir tanto a fines civiles como militares. El HUR ha advertido de que estas grietas permiten a Rusia sostener su esfuerzo bélico pese a las restricciones, prolongando el conflicto y amenazando la seguridad global.
Los expertos señalan que el desafío no radica solo en detener los envíos ilegales, sino en rediseñar un sistema de supervisión que trace de forma exhaustiva el destino de cada microchip y módulo electrónico, algo que hoy se antoja inviable ante la complejidad de las cadenas globales de suministro. Así, el caso del Orion se convierte en una metáfora precisa del nuevo rostro de la guerra tecnológica: una guerra librada no solo en los campos de batalla, sino en los silenciosos circuitos de silicio que cruzan fronteras disfrazados de comercio legítimo.
Imagen | Boevaya mashina, Mike1979 Russia
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La noticia
Orion es la versión rusa del dron más letal de EEUU. Ucrania no da crédito al abrirlo: no es una versión, es obra de EEUU
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Xataka
por
Miguel Jorge
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