Xataka – La obsesión silenciosa de Silicon Valley no es la IA: es ganarle un pulso a la muerte

Durante siglos, la humanidad ha soñado con detener el reloj. Desde las leyendas de la fuente de la eterna juventud hasta la condesa húngara Bathory, el mito de prolongar la vida ha atravesado culturas y siglos. Hoy, esa promesa ya no se derrama en sangre ni se escribe en cuentos: se negocia en despachos con fondos de inversión.

La biotecnología en la era del antienvejecimiento. Una empresa fundada en California, Altos Labs, encabeza una nueva generación de compañías que aspiran a convertir el envejecimiento en un problema médico más. La compañía ha reunido a científicos de élite para desarrollar experimentos de reprogramación celular parcial, con el objetivo de revertir enfermedades y restaurar tejidos. En palabras de su director ejecutivo, Hal Barron: “La célula es capaz de compensar el daño, y si pudiéramos recuperar esa capacidad, estaríamos amortiguando el estrés”.

Aunque Altos no es la única. Retro Biosciences ha recaudado 1.000 millones de dólares —con participación del inversor Sam Altman— para ensayos de fármacos que puedan rejuvenecer células cerebrales y sanguíneas. NewLimit, cofundada por Brian Armstrong (Coinbase), obtuvo otros 130 millones, y Cambrian Biopharma sumó 100 millones más en 2021. El interés es claro: la longevidad ha pasado de la ciencia especulativa a ser una industria con capital masivo y promesa de rentabilidad.

De la utopía científica al modelo de negocio. Durante décadas, el envejecimiento fue considerado inevitable. Hoy es un desafío tecnológico y financiero. En una conferencia sobre envejecimiento en Copenhague —a la que tuvo acceso Financial Times— directivos de Eli Lilly y Novo Nordisk, creadores de los fármacos GLP-1 como Ozempic o Wegovy, los definieron por primera vez como “medicamentos para la longevidad”. 

El cambio semántico refleja un giro cultural y económico: la longevidad deja de ser una fantasía y se convierte en un mercado. Nir Barzilai, director del Instituto sobre el Envejecimiento del Albert Einstein College, lo explicó así: “Decir que no tenemos fármacos que reduzcan la mortalidad es incorrecto. Tenemos éxito; solo debemos mejorarlo”. 

Mientras los científicos miden telómeros, los tecnólogos sueñan con curvas exponenciales. El futurista Ray Kurzweil sostiene que alcanzaremos la “velocidad de escape de la longevidad” en 2029, el punto en que la esperanza de vida aumentará más rápido de lo que envejecemos. Lo que antes era ciencia ficción ahora cotiza en bolsa.

El negocio de vencer al tiempo. La carrera por vivir más no es solo científica: es financiera. Como ha tenido acceso Financial Times, los fondos destinados a investigación en longevidad superan ya los 5.000 millones de dólares en los últimos tres años. Inversores como Jeff Bezos, Yuri Milner o Peter Thiel han apostado por startups de biotecnología que prometen extender la vida humana.

De hecho, Thiel ha financiado Unity Biotechnology, centrada en eliminar células senescentes, y Bezos, junto a Milner, impulsa directamente Altos Labs. Larry Ellison, fundador de Oracle, ha invertido más de 430 millones en terapias antienvejecimiento y creó la Ellison Medical Foundation.

El riesgo es evidente. El entusiasmo podría inflar una burbuja. La cofundadora de Primetime Partners, Abby Miller Levy, advertía que el dinero atrae talento, pero no todas las empresas merecen tanta financiación”. Y mientras el capital fluye, crece también la pregunta ética: ¿vivir más o vivir mejor? El científico Mehmood Khan, director de la fundación saudí Hevolution, lo plantea así: “La gente no quiere vivir más; quiere vivir sana el mayor tiempo posible”.

No todo lo que envejece puede revertirse. En julio, Unity Biotechnology fue excluida del Nasdaq tras fracasar en ensayos para eliminar células senescentes, un recordatorio de lo lejos que estamos de “curar” el envejecimiento. Aun así, los avances existen: investigadores de la Universidad de Northwestern han desarrollado un biomaterial capaz de regenerar cartílago articular de alta calidad, un logro que hasta hace poco sonaba a ciencia ficción. Este tipo de innovación médica —silenciosa, tangible— contrasta con las promesas de inmortalidad total. 

La raíz emocional. Detrás de la ingeniería genética y los liftings millonarios hay algo más primitivo: el miedo a desaparecer. Larry Ellison, fundador de Oracle, confesó que “la muerte nunca ha tenido sentido para mí”. Su inversión en biotecnología nació tras la muerte de su madre adoptiva por cáncer. Por su parte, Peter Thiel ha dicho que considera el envejecimiento “un enemigo que puede derrotarse con suficiente dinero y conocimiento”.

Pero el miedo a morir no es solo personal: también es cultural, incluso político. Durante un desfile militar en Pekín, un micrófono abierto captó una conversación entre Xi Jinping y Vladímir Putin sobre “alcanzar la inmortalidad”. Lejos de la anécdota, la escena muestra cómo el cuerpo se ha convertido en una forma de poder. En este siglo, el cuerpo no solo es biología: también es ideología, territorio y símbolo de control. Mientras los gobiernos buscan inmortalidad para sus regímenes, los individuos la persiguen para sí mismos. Los científicos de Altos Labs estudian cómo las células pierden su capacidad de resiliencia con la edad. En el fondo, es la misma lógica espiritual de siempre: restaurar el equilibrio perdido, reescribir el destino.

Ciencia frente al mito. En un mundo saturado de promesas antienvejecimiento, distinguir entre ciencia y marketing es esencial. En Financial Times describen que ningún organismo regulador —ni siquiera la FDA— reconoce el envejecimiento como enfermedad, lo que impide aprobar fármacos cuya meta sea directamente “rejuvenecer”. Por eso muchas biotecnológicas se concentran en patologías específicas, como la diabetes o el Alzheimer.

El científico Michael N. Hall, pionero en el estudio del envejecimiento celular, lo explicaba así: “Ni tomo ni tomaría medicamentos antienvejecimiento. Comer con moderación es suficiente.” La restricción calórica, asegura, activa los mismos mecanismos que algunos fármacos experimentales. En el extremo opuesto, el multimillonario Bryan Johnson gasta dos millones de dólares al año en transfusiones de plasma y suplemento. Entre ambos extremos —el laboratorio de vanguardia y el ritual casi esotérico— se mueve hoy la frontera de la longevidad.

El género de la juventud. Mientras los hombres poderosos financian laboratorios, las mujeres famosas financian quirófanos. Sin embargo, hay una paradoja que atraviesa todo este mercado de la eterna juventud. Cuando ellos intentan detener el envejecimiento, se les celebra como visionarios. Cuando ellas lo hacen, se las acusa de superficiales. Los mismos medios que glorifican a Jeff Bezos o Larry Ellison por invertir millones en biotecnología para “derrotar al tiempo”, escrutan cada arruga, relleno o lifting de las actrices que, desde hace décadas, viven bajo la presión constante de no envejecer.

En la cultura del cuerpo, la eterna juventud masculina se presenta como ambición científica; la femenina, como obsesión estética. El resultado es una doble condena: las mujeres están siempre en la diana, tanto por operarse como por no hacerlo. Y cierto es que estamos ante una situación de estatus en cuanto la cirugía estética, pero esconde una exigencia asimétrica: ellos pueden desafiar la biología y ser admirados por su audacia; ellas solo pueden desafiar el espejo, y pagar el precio de la crítica pública.

La paradoja de vivir para siempre. La nueva industria de la longevidad avanza con la misma velocidad que sus promesas. De Silicon Valley a Moscú, de los quirófanos de Beverly Hills a los laboratorios de Copenhague, el ser humano vuelve a enfrentarse a su límite más antiguo.

Pero el horizonte de los 120 años puede esconder un espejismo: una vida más larga no siempre es una vida mejor, ni más justa. En palabras del Financial Times: “La longevidad no es la necesidad del mercado, sino la salud prolongada”. Quizá el futuro no sea vencer a la muerte, sino aprender a vivir más tiempo sin rendirle culto. La juventud eterna, como casi todo en el siglo XXI, ha dejado de ser un mito para convertirse en un modelo de negocio

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Xataka | Ya teníamos un Ozempic para adelgazar, ahora alguien ha creado uno para la eterna juventud: las promesas de NAD+


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La obsesión silenciosa de Silicon Valley no es la IA: es ganarle un pulso a la muerte

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Alba Otero

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