Si ya llevas unos años en esto de Internet y viviste de cerca el hervidero de la red en los primeros 2000, puede que te haya entrado un arrebato de nostalgia al volver a leer «.tk». Puede que ya sepas que esta extensión, presente en buena parte de las primeras grandes comunidades digitales, corresponde a Tokelau, un territorio de la Polinesia, en medio del Pacífico, que está bajo gobierno de Nueva Zelanda. Y, si aún no lo sabías, más te va a sorprender esta historia. ¿Qué ha pasado para que este enclave formado por tres atolones, con menos de 1.500 habitantes, tenga más portales registrados que, por ejemplo, la extensión atribuida a China (.cn)? Vayamos por partes en esta fascinante historia. Primero debemos hacer un ‘pequeño’ viaje.
Habría que llegar hasta Australia o Hawai, lo cual ya suma más de un día de travesía desde el resto del planeta. Luego quedan por delante otras seis horas de vuelo hasta Samoa, donde está el único aeropuerto de esta zona del Pacífico. Podemos intentar que nuestra llegada coincida con las escasas frecuencias de los cargueros que cada dos semanas abastecen de víveres a los atolones de Atafu, Nukunonu y Fakaofo -los tres habitados de Tokelau- y, de paso, transportan a quien quiera llegar o volver de ellos. Y en los últimos metros hay que cambiarse a un barco más pequeño, ya que el carguero corre riesgo en los fondos arenosos cercanos al atolón, y en estos vestigios coralinos tampoco hay nada que se parezca a un puerto.
Pero aún falta más: no siempre el tiempo acompaña en un área próxima al ecuador y golpeada periódicamente por ciclones. Puede que el tiempo impida a los barcos cruzar los 500 kilómetros de mar que separan a Tokelau de Samoa, y el visitante se vea obligado a pasar una buena temporada aislado en los atolones. Esta fue la aventura que a principios del siglo XXI realizó Joost Zuurbier, un empresario holandés que vio antes que nadie un filón en uno de los lugares más aislados del planeta: la posibilidad de hacerse con un dominio ‘propio’ en plena efervescencia de Internet. Y ofreció algo muy interesante a cambio para una generación con los ojos como platos ante la llegada de Internet a muchos hogares: era gratis y muy fácil de registrar.
En aquel momento fue una buena idea
«En el año 2000, un amigo y yo estábamos pensando en una manera de darle a la gente un nombre de dominio gratuito. Vimos Hotmail, que luego se vendió a Microsoft, pero pensamos que había algo que podíamos hacer, más allá del e-mail», contaba en una entrevista a PCMag en 2007 Joost Zuurbier, recordando la idea que acabaría llevándolo hasta Tokelau. Para ello, era conveniente buscar una extensión que aún no tuviese ningún dominio registrado.
Casi todos los países o territorios con cierta autonomía o particularidades disponen de lo que se conoce como Dominio de Nivel Superior de Código de País (ccTLD, en inglés). Y los colegas holandeses se pusieron a buscar en lugares donde nadie había registrado aún ninguna web. Barajaron los nombres de Palestina (.ps), Antártida (.aq), Sáhara Occidental (.eh) o las islas Pitcairn (.pn), otro archipiélago del Pacífico, con el que Zuurbier llegó a contactar.
Pero finalmente salió adelante la opción de Tokelau, cuyo ccTLD había sido aprobado en 1997 por la IANA (The Internet Assigned Numbers Authority), entidad competente en la gestión de estos dominios de nivel superior. Zuurbier y su equipo negociaron con las autoridades neozelandesas, que a su vez los pusieron en contacto con los administradores y la población de los atolones, y llegaron a un pacto.
El tiempo apremiaba y el viaje hasta Tokelau, como ya hemos contado, no era algo que se pudiese hacer de un día para otro, así que la firma del acuerdo se cerró en Hawai. Zuurbier llegó desde San Francisco y los representantes tokelauenses, en un avión desde Samoa después de subirse al carguero desde sus islas. No fue hasta más tarde, en 2003, cuando visitó por primera vez el lugar cuyo dominio gestionaba. Del acuerdo nació la empresa Dot TK, participada por el propio gobierno de los atolones a través de su empresa de telecomunicaciones, Teletok, y la compañía BV Dot TK, del empresario holandés.
Aún había que superar el obstáculo de la ICANN, la entidad que hoy regula y asigna los dominios de nivel superior de todo el mundo, y que de alguna manera sucedió a la IANA. Era imprescindible que diese luz verde al acuerdo. Se revisó con detalle todo el proceso, para garantizar que los atolones y sus habitantes sacasen provecho a cambio de que su dominio pasase a estar controlado por una empresa desde los Países Bajos.
Desde entonces, parte de los beneficios económicos que la gestión de estos dominios generan (suponen más del 10% del PIB de los atolones, según sostiene el propio Zuurbier en su perfil de Linkedin) se destinan a mejorar las infraestructuras y las telecomunicaciones en el archipiélago.
Si a comienzos de los 2000 no se podían mandar correos con archivos adjuntos por las limitaciones de conexión, hoy la gente de Tokelau puede comunicarse con sus parientes (muchos de ellos han emigrado a Samoa o Nueva Zelanda) y los más jóvenes pueden entablar relación con gente de otros lugares o completar sus estudios a través de internet gracias al despliegue de telecomunicaciones que permitieron los beneficios de aquel acuerdo.
Cómo funciona .tk y por qué fue tan exitoso
La facilidad para hacerse con un dominio .tk abrió de par en par las puertas de un mundo nuevo a millones de personas. Los primeros dominios se registraron a partir de 2004, cuando Facebook aún no había salido de Harvard, y las comunidades en la red se movían en espacios distintos a los de hoy. Los foros y los chats tenían sus limitaciones. Y entonces, gracias a los .tk, con un simple registro, y sin necesidad de tener un dinero que casi siempre era escaso para toda una generación de jóvenes con ganas de hacer cosas nuevas, muchas personas cumplieron un sueño: registrar una web con el nombre que quisieran. Pero también, como luego veremos, se subieron al carro otras muchas personas con intenciones menos nobles.
«Cualquier persona que lo solicitase podía hacerse con el dominio, dando una alternativa muy accesible para muchas webs que estaban empezando o que no querían hacer una inversión previa», explica Víctor Baños, responsable comercial de dinahosting, empresa especializada en gestión y registro de dominios.
Dot TK estaba en el momento y en el lugar adecuados, y supo sacar mucho partido a su propuesta. «A cambio de facilitarles el dominio, se incluía publicidad en las webs, tanto en la cabecera como en un anuncio emergente que salía cada vez que se accedía. Esta era la forma de monetizarlo», añade Baños, que apunta: «Esta publicidad se eliminaba cuando la web llegase a cierto volumen de tráfico o por la compra del dominio».
El éxito de la fórmula fue inmediato. «Nunca habíamos visto un crecimiento tan grande», declaraba Joost Zuurbier a la CNN en 2012. Los habitantes de países emergentes como China, Brasil, Rusia o Vietnam, donde los procesos para dar de alta los dominios son bastante farragosos y llenos de obstáculos y condiciones, se sumaron a .tk. En otra economía emergente, como Turquía, había razones más poderosas. El código de dominios le había atribuido al país la extensión «.tr», pero el .tk sonaba aún mejor para un país que se denonima Turkey en inglés o Türkiye en turco. En 2007, Zuurbier afirmaba que en Turquía ya había seis veces más webs .tk que .tr.
Pero el modelo de negocio de «.tk» no acababa ahí. Mucha gente aprovecha el registro de sus dominios, alimenta sus webs propias y les da un sentido. Pero otra parte, bastante relevante, se limita a dar de alta su dominio y, muchas veces se olvida de él. Es aquí donde está la miga: si una dirección queda abandonada, o no cumple con unos requisitos mínimos de visitas, ésta se estaciona; es decir, la URL queda bajo control de Dot TK y se convierte un escaparate de anuncios de todo tipo que engrosan las cuentas de los gestores de este ccTLD.
«Imagina que en tu web hablabas de un viaje a México. Nosotros tenemos arañas que rastrean todos los sitios activos, y en el momento en el que el dominio expira, recuperamos el nombre del dominio, y luego colocamos anuncios que son relevantes para el contenido que estaba allí antes, por ejemplo, un viaje a México», contaba hace años el fundador de Dot TK.
Estos ingresos, junto a otros modelos de registro que permitían a los usuarios más derechos de licencia sobre su web .tk (aunque Zuurbier dijo hace años que apenas el 1,5% de los usuarios opta por ello) van a parar, principalmente, a dos lugares: a Amsterdam, base de operaciones de Dot TK, y a Tokelau, donde esta avalancha de registros ha mejorado la vida de un puñado de personas en medio de la nada. Además de la mejora en las comunicaciones y el PIB, estos ingresos convirtieron al archipiélago en un espacio pionero en la transición ecológica: desde 2012, gracias a 4.000 paneles solares, todos sus habitantes se abastecen únicamente con energía fotovoltaica.
Toda una cultura en la red a principios de siglo
La idea de Joost Zuurbier y sus colegas era una de las patas del banco, pero la fórmula estaba incompleta. En los primeros 2000 surgieron varios proyectos que ofrecían servicios de alojamiento gratuito (hosting).Geocities, Lycos o Miarroba, entre otros, eran el complemento perfecto a las extensiones gratuitas de Tokelau. Estos servicios de alojamiento tenían condiciones: una persona podía crear su propia web, pero el nombre del hosting se incluía casi siempre en la URL, lo que limitaba la originalidad del dominio.
Si se tenían conocimientos sobre diseño y código para poner en marcha una web, el truco para redireccionar era extremadamente sencillo, y aún se puede ver en tutoriales de YouTube. En la web de dot.tk se podía generar cualquier dominio con la extensión de Tokelau que estuviese libre. «Manolo» lo resume perfectamente en esta consulta realizada en el foro de Miarroba:
En los países hispanohablantes, el «.tk» tenía, como en Turquía, otros atractivos. En la época en la que muchos aprendimos a incluir la máxima información posible en los caracteres limitados de los SMS, «TK» era una de las variantes para decir «te quiero (kiero)». Esto hizo que muchos portales tuviesen una carta de presentación casi perfecta para sus temas de interés. Surgieron puntos de encuentro para seguidores de grupos de música, clubes deportivos, series de televisión, portales ‘amateur’ sobre sociedad, cultura o información local, etc. Era un mundo nuevo para mucha gente.
«En su momento, la principal ventaja era tener una web bajo un nombre de dominio en vez de utilizar los subdominios que facilitaban los portales de páginas personales que había en aquel tiempo (MySpace, FotoLog…) y, sobre todo, que suponía un ahorro en el alta del dominio para proyectos emergentes a los que no les importase ceder su web como espacio publicitario», resume Víctor Baños, de dinahosting.
Muchas personas que hoy en día dedican su vida profesional al diseño web o a la programación dieron, por tanto, los primeros pasos de la carrera gracias al efecto mariposa que comenzó en tres atolones en medio del Pacífico. No somos pocos los que le debemos un poco de lo que hemos aprendido a Tokelau.
Un ocaso de popularidad, pero el negocio continúa
Al contrario de lo que pueda parecer, el crecimiento de los .tk ha sido sostenido en los últimos años. La empresa Verisign, una de las grandes proveedoras de servicios en red a nivel global (y propietaria junto al gobierno de Tuvalu de otra célebre extensión, .tv), publica trimestralmente un informe sobre las tendencias de los dominios en todo el mundo. Estos documentos constatan la escalada del código de Tokelau: si a finales de 2011 estaba en séptima posición, por detrás de .com, .de, .net, .uk, .org y .info, en 2016 había escalado al tercer puesto, sólo por detrás (a mucha distancia) de .com y superada ligeramente por .cn (China). Pero los últimos datos de Verisign sitúan a Tokelau por encima del país más poblado del mundo, con 24,7 millones de registros frente a los 20,7 .cn y sólo por detrás de .com.
El récord tiene algo de ‘trampa’. Dot TK no da de baja ningún dominio debido a su modelo de negocio, ya que obtiene su principal fuente de ingresos de esos portales ‘estacionados’. Pero la fórmula sigue siendo bastante rentable. Sin embargo, una suma de factores ha relegado al olvido (o la nostalgia, en quien llegó a conocerlos) a la gran mayoría de los portales registrados en Tokelau. ¿Qué ha ocurrido?
El primer golpe reputacional llegó en 2007, cuando un informe de McAfee expuso que alrededor del 10% de las páginas .tk albergaban contenido «poco fiable», vinculado a malware.»Esto generó mala prensa hacia el dominio, que poco a poco se fue asociando a webs inseguras con fines ilícitos», explica Víctor Baños, que cita otro documento de 2016, elaborado por el Anti-Phishing Working Group (APWG), en el que se destaca que un 75% de los registros de dominios maliciosos se concentraban en cuatro TLDs (.com, .cc, .tk y .pw). Basta con una breve búsqueda limitada por dominio en Google para comprobarlo. Estos son los sospechosos resultados que devuelve una consulta limitada a los dominios .tk con la palabra «España»:
Estos datos llevaron a una «mayor concienciación por parte del usuario» y a una importante evolución en el propio sector respecto a la importancia de la protección de datos y la imagen de marca. «Los dominios .tk se ofrecen de forma gratuita, pero tú no eres el titular del dominio. El dominio es propiedad de Dot TK, así que imagina la inseguridad que genera en responsables de tiendas online o de otro tipo de webs», añade el responsable comercial de dinahosting.
«Con el paso de los años, los usuarios comenzaron a percibir que un nombre de dominio era casi la parte más importante para la estrategia de marca y posicionamiento de su negocio. Por este motivo, los usuarios del .tk y de otros dominios gratuitos quisieron ser los dueños de su dominio, pero se encontraron con otro obstáculo, y es que los precios de compra, dependiendo del nombre eran bastante elevados. Dot TK tenía marcados muchos de los dominios disponibles con la categoría de «Premium», por lo que eran más caros de lo habitual», añade Baños.
En el caso de los portales de comunidades que impulsaron la ‘fiebre’ de los .tk en la primera década de siglo, las redes sociales, el auge de otros TLD y la ya conocida devaluación de la extensión gratuita de Tokelau cerraron el círculo. «Ahora mismo, el precio de registro de dominios .es o .com ronda los 10 euros al año, con todas las ventajas que implica (titularidad, posicionamento y soporte) por lo que no vale la pena ir a un dominio gratuito», concluye Víctor Baños.
Además, los dominios .tk juegan hoy en un voraz campo de batalla de posicionamiento, y los buscadores penalizan claramente los dominios que no tengan vinculación semántica o geográfica con el contenido que ofrecen. En el caso de los paquetes gratuitos de Dot TK, tampoco existe la posibilidad de soporte o asesoramiento técnico para solucionar este importante problema.
Malí, Gabón, República Centroafricana… ¿Los nuevos Tokelau?
Además de Dot TK, el otro proyecto estrella de Joost Zuurbier es Freenom, un operador de registros gratuitos de TLD. Con una estrategia similar a la que el propio empresario aplicó en Tokelau (o Verisign en Tuvalu), y bajo el lema ¡Dominios gratis para todos!, Freenom contactó con los gobiernos de la República Centroafricana (.cf), Malí (.ml), Gabón (.ga) o Guinea Ecuatorial (.gq) para impulsar el registro de los ccTLDs de estos países africanos, y hoy en día cualquier persona puede registrar gratis y en pocos clics su propio dominio. «Y muchos más que vendrán», avanza Zuurbier en su perfil de Linkedin.
Sin embargo, estas extensiones tienen las mismas desventajas que hoy en día muestran los .tk. Son un lugar muy frecuentado por redes globales de malware. Y, al mismo tiempo, un buen negocio para sus gestores. Pero nunca desaparecerán de la memoria de muchos internautas como el primer contacto con una nueva forma de crear contenidos y comunicarse, sin la que sería imposible comprender el internet de hoy y, por tanto, el mundo actual.
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La noticia
Internet le debe mucho al dominio de un atolón de la Polinesia: la fascinante historia de los .tk
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Manuel Rey
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