En los últimos tiempos y muy especialmente debido a la arquitectura Lakefield de Intel, se está hablando bastante de las arquitecturas heterogéneas que implementan núcleos híbridos en la CPU. Ya hemos hablado largo y tendido de esto y hemos visto que el mayor beneficio que se obtiene es en términos de eficiencia, al desactivar los núcleos más potentes cuando no se requiere un gran rendimiento pero, ¿el tener núcleos híbridos permite que la CPU tenga más rendimiento?
Las CPU con núcleos híbridos basan su funcionamiento en el concepto big.LITTLE de ARM, en el que encontramos núcleos de bajo consumo para las tareas cotidianas que no requieren un gran rendimiento y núcleos de gran rendimiento (y mayor consumo) para cuando sí que se requiere mayor potencia. Sin embargo, en términos de rendimiento bruto no han llegado a explicar cuáles serán los beneficios de utilizar esta técnica, y es justamente lo que vamos a ver ahora.
¿Los núcleos híbridos son sinónimo de mejor rendimiento?
Ya hemos visto muchas veces que el objetivo principal de este tipo de arquitectura con núcleos híbridos no es otra que mejorar la eficiencia, tal y como hemos explicado en las líneas de arriba y de lo que también hemos hablado antes en profundidad. Sin embargo, una mejor eficiencia no es necesariamente sinónimo de un mejor rendimiento, y más cuando hablamos de rendimiento bruto en términos de capacidad de computación así que, ¿qué es lo que podemos esperar?
Para empezar, el hecho de que una CPU de arquitectura híbrida incorpore núcleos «grandes» y núcleos «pequeños» deja un mayor espacio físico dentro del die del procesador, y eso significa que el ODM (quien diseña el chip en este caso) pueda incorporar una mayor cantidad de núcleos, de manera que por ejemplo cuando hablamos de tareas livianas pueden incorporar un mayor número de núcleos pequeños para tener un mejor rendimiento en este tipo de tareas ya que podrán ejecutarse una mayor cantidad de ellas en paralelo.
Además, una mayor cantidad de estos núcleos pequeños también sirve para aligerar la carga de los grandes, de manera que cuando el sistema requiera un mayor rendimiento éstos puedan dedicarse a lo que importa, mientras que los pequeños siguen encargándose de las tareas en segundo plano sin que éstas interfieran en el trabajo de las grandes. Por ejemplo, piensa que cuando mueves el ratón la CPU debe procesarlo, y aunque sea una tarea realmente liviana está ocupando tiempo de CPU; si tienes núcleos pequeños que se encarguen de eso por sí mismos, los grandes no deberán emplear tiempo de CPU en tareas superfluas.
De igual manera, el ODM puede prescindir de algunos de estos núcleos pequeños para hacer sitio a una mayor cantidad de núcleos grandes, y entonces sí que tendremos un mayor rendimiento bruto a expensas de un mayor consumo.
Vale pero, ¿cuánto rendimiento se gana en comparación?
Lamentablemente no estamos por el momento en condiciones de comparar cuantitativamente cuánto rendimiento se gana, primero porque todavía no tenemos CPU con núcleos híbridos en el mercado y segundo porque dependerá en gran medida de la implementación de éstos. Como hemos señalado antes, el ODM tiene la opción de utilizar el espacio extra que da la integración de núcleos pequeños tanto para incorporar un mayor número de estos como para hacerle sitio a más núcleos grandes, pero además de esto dependerá de la forma en la que los haya implementado.
Dicho esto, no podemos sino mencionar la arquitectura Intel Lakefield que está por llegar y que será el detonante definitivo que nos mostrará qué ganancias de rendimiento y eficiencia podemos obtener con el uso de las arquitecturas híbridas. Intel parece bastante segura de sí misma al respecto, pero luego a la hora de la verdad serán los datos empíricos los que nos den la respuesta.
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