Durante décadas, el sueño de la Inteligencia Artificial ha sido superar la célebre prueba de Turing, una frontera simbólica propuesta en 1950 por el famoso matemático Alan Turing para determinar si una máquina podía llegar a pensar como un ser humano. La premisa es que si una IA era capaz de mantener una conversación sin que su interlocutor se diera cuenta de que hablaba con una máquina, se considerada que había alcanzado superado el umbral. Sin embargo, la obsesión de hoy en día de que las IA se comporten como humanos ha derivado en lo que se conoce como la Trampa de Turing, que es de lo que os vamos a hablar a continuación.
Con la llegada en los últimos años de modelos de IA como pueden ser ChatGPT, Gemini o Claude, el reto de la prueba de Turing se ha convertido en casi una obsesión para sus programadores: ahora las máquinas no solo imitan nuestro lenguaje y forma de expresarnos, sino que adoptan tonos, estilos e incluso patrones de comportamiento que buscan imitar a los humanos.
Sin embargo, la premisa llamada trampa de Turing dice que la pregunta que deberíamos hacernos no es si una IA puede llegar a parecer humana, sino si realmente debería serlo.
La trampa de Turing: cuando imitar no es innovar
El economista y tecnólogo Erik Brynjolfsson acuñó un término para definir este fenómeno, que es el que se utiliza hoy en día para ello: la Turing Trap, o trampa de Turing. Este término se refiere a la obsesión que tiene la industria tecnológica por crear máquinas que repliquen las capacidades intelectuales e incluso emocionales de los seres humanos en lugar de diseñarlas para que amplíen las capacidades humanas, es decir, que en lugar de imitarnos, nos ayudaran a realizar tareas que de serie nosotros no podemos hacer, o al menos no de forma sencilla.
La trampa de Turing denuncia que se oriente la IA a parecerse a los seres humanos en lugar de complementarlos. Foto: ThisIsEngineering (Pexels)
Al perseguir la imitación, estamos cayendo en la paradoja de limitar la innovación, porque medimos el progreso de la IA en función de lo bien o mal que copia a los seres humanos en lugar de valorar lo mucho que podría superarnos en ámbitos donde estamos muy limitados, como por ejemplo y sin ir más lejos haciendo cálculos y evaluaciones en cuestión de décimas de segundo.
El problema de fondo no es que una IA pueda aprender a escribir, razonar o incluso a crear arte, sino que lo haga persiguiendo la ilusión de humanidad. Cuanto más se empeñan en que la IA se parezca a los seres humanos, menos se aprovecha su potencial para hacer lo que nosotros no podemos. La trampa de Turing denuncia precisamente esto: los modelos de IA están buscando imitar a los seres humanos en lugar de fomentar una colaboración entre inteligencia natural y artificial.
El resultado son IA limitadas, utilitarias, centradas en generar textos, imágenes o música «realistas» cuando realmente podrían estar empleándose en resolver problemas complejos de energía, salud o medio ambiente a una escala que ningún cerebro humano podría abarcar en toda una vida.
La IA se desarrolla actualmente pensando en imitar a los seres humanos. Foto: Cottonbro Studio (Pexels)
El propio Brynjolfsson lo planteó como una cuestión de pura estrategia: el progreso real vendrá cuando dejemos de pensar en máquinas que compitan con el ser humano y empecemos a diseñarlas para complementarnos. Los sistemas de IA pueden analizar millones de variables médicas en cuestión de minutos, modelar el comportamiento atmosférico del planeta entero en segundos o incluso descubrir nuevos materiales a través de simulaciones cuánticas (sí, como hizo Tony Stark en las películas de Iron Man).
Sin embargo, cuando su desarrollo se orienta meramente a imitar a un escritor, un artista o un ingeniero, se dilapida la mayor parte de su potencial. La verdadera Inteligencia Artificial no debería ser un espejo en el que mirarnos y compararnos, sino una herramienta que amplifique nuestras capacidades. Sin embargo, la industria se empeña en que la IA piense, razone, hable y sienta como nosotros, atrapada en un ideal que quizá dice más sobre nuestro ego que sobre el futuro de la tecnología.